LA HISTORIA EMOTIVA DEL NUEVO PAPA LEÓN XIV

Por Redacción

En 1975, Robert Prevost tenía el mundo a sus pies. Era profesor de matemáticas en Chicago y había sido aceptado en la prestigiosa Facultad de Derecho de Harvard. Todo indicaba que su futuro se escribiría en los pasillos del poder académico o judicial. Pero su corazón marcó otro rumbo: eligió servir.

Prevost decidió ingresar al sacerdocio y unirse a una orden misionera. Su destino no fueron las grandes ciudades ni los templos majestuosos, sino las remotas aldeas del Perú profundo. Lugares donde los niños aún mueren por enfermedades tratables y las familias deben caminar horas para conseguir agua potable.

Allí no solo predicó, sino que vivió como uno más. Aprendió quechua —la lengua sagrada de los incas—, cargó alimentos a pie durante días, durmió sobre suelos de tierra y enseñó matemáticas bajo techos rotos. Transportó enfermos en burros y rezó bajo las estrellas. Su entrega silenciosa no llenó titulares, pero su ejemplo se esparció como eco entre los Andes.

Aquella dedicación llamó la atención de obispos, y luego del Vaticano. Fue llamado de vuelta para liderar la Orden de San Agustín en más de 40 países. Sin embargo, nunca abandonó su estilo: conservó sus sandalias, rechazó lujos, y siguió caminando con los más humildes.

Roma lo fue acercando poco a poco: en 2020 fue nombrado arzobispo, en 2023 cardenal, y en 2025, elegido como Papa León XIV.

A pesar de su ascenso, nunca dejó de regresar cada año a los mismos pueblos peruanos que lo formaron en el alma. Se sentaba en el suelo, tomaba la mano de los ancianos y abrazaba a los enfermos. Porque para él, el liderazgo no es una cuestión de títulos, sino de presencia.

El Vaticano no solo vio a un sacerdote. Vio a un líder con alma.
Y el mundo, hoy, ve nacer una nueva etapa de esperanza.

El resto, es historia.

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