NOS AHOGAMOS EN NUESTRA PROPIA BASURA… Y LUEGO LLORAMOS PORQUE LLUEVE

Por más que cada año se repita el mismo ritual —cielo nublado, lluvias torrenciales, avenidas convertidas en ríos y hogares enchapopotados— en el Estado de México parece que seguimos sorprendidos. ¡Oh, sorpresa!, volvió a llover en temporada de lluvias. Y como siempre, los culpables son los mismos: el gobierno federal, el estatal, los alcaldes y hasta el INE si se deja. Pero, ¿y nosotros, los ciudadanos? Nosotros que arrojamos el sillón viejo al canal, las llantas al río y el colchón al desagüe como si fueran parte del mobiliario urbano… nosotros nunca tenemos la culpa.

La cultura ciudadana para la disposición de residuos sólidos simplemente no existe. Nos quejamos del drenaje colapsado, pero no decimos nada de las bolsas de basura que nosotros mismos dejamos en la banqueta “para que se la lleve el aire”. Que se inunde medio municipio porque en la rejilla del desagüe alguien tiró el árbol de Navidad de hace dos años, bueno, eso ya es culpa de AMLO, de Delfina o de quien se deje.

Mientras tanto, los gobiernos —en todos sus niveles— tampoco cantan misa. Sabiendo que el cambio climático ya no es amenaza sino presente, sus decisiones siguen siendo “administrativas”. ¿Qué significa eso? Que en vez de contratar ingenieros hidráulicos o expertos en drenaje pluvial, le asignan el tema a algún burócrata que estudió administración de empresas y que cree que una “rejilla pluvial” es un tipo de parrilla para carnes asadas.

El enfoque técnico brilla por su ausencia. La limpieza de cauces y barrancas se planea con Excel, no con mapas topográficos. Los atlas de riesgo se usan como alfombrillas para el café en las oficinas, y las inversiones en infraestructura hidráulica se sustituyen por “acciones emergentes” que consisten en sacar con palas el lodo de la última inundación. Y ya si hay mucha presión, se mandan unos costales de arena y se toma la foto para redes sociales.

Y qué decir de los alcaldes. Ante la mínima amenaza de tormenta, entran en modo fantasma. Ya no recorren calles, ni atienden reportes. Total, si se inunda, siempre está la opción de culpar a “los de arriba”. Es más cómodo y no moja.

¿Y la ciudadanía? Seguimos esperando que nos regalen paraguas y nos rescaten en lancha, pero no estamos dispuestos ni a guardar la basura en su lugar. Queremos vivir en una ciudad limpia sin barrer, sin separar residuos, sin denunciar tiraderos clandestinos. Queremos que el río Lerma no huela mal, pero también queremos tirar ahí los escombros de la remodelación.

La realidad es tan cínica como deprimente: las lluvias no nos ahogan, nos ahogamos solos… en nuestra desidia, en la falta de educación ambiental y en una cadena de responsabilidades diluidas entre la omisión ciudadana y la incompetencia institucional.

Y como nadie quiere mojarse por culpa propia, todos preferimos apuntar con el dedo. Lo que necesitamos no es un arca de Noé, sino una tormenta de conciencia. Porque, si seguimos igual, la próxima temporada de lluvias no será distinta… pero esta vez el agua sí podría llegar al cuello.

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