
Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan, Michoacán, ha sabido capitalizar el hartazgo ciudadano frente al crimen y la impunidad. Con un discurso duro, frases como “no abrazos, chingadazos”, y una imagen de justiciero que patrulla en helicóptero y encabeza operativos policiales, ha construido una narrativa de político valiente, frontal y sin miedo. En redes sociales lo llaman el “Bukele mexicano”, y sus videos virales lo muestran como un héroe de película en un país rebasado por la violencia.
Sin embargo, detrás de esa estrategia de impacto inmediato se esconde una peligrosa contradicción: la realidad. Y esa realidad amenaza con convertirse en un boomerang político que podría descarrilar su intento por saltar de Uruapan a la gubernatura de Michoacán.
El show de la fuerza sin resultados
No hay duda de que Manzo es un político disruptivo. Su independencia partidista, su lenguaje sin filtros y su estilo operativo rompen con la tradición pasiva de muchos alcaldes frente al narco. Pero por más espectacular que sea el show, los datos no se maquillan: Uruapan sigue siendo uno de los municipios con mayor percepción de inseguridad en el país y con altos niveles de violencia homicida. Las ejecuciones, desapariciones y extorsiones no han cedido terreno.
Mientras las redes lo ovacionan, la gente en las colonias sigue teniendo miedo de salir de noche. El “efecto Manzo” se puede estar desgastando, porque no se sostiene con likes ni con discursos incendiarios, sino con resultados. Y esos, hasta ahora, no llegan.
Cuando la narrativa se vuelve trampa
El problema de construir una figura política con base en la narrativa del “hombre fuerte” es que el margen de error es mínimo. Manzo ha elevado tanto las expectativas que cualquier señal de fracaso o estancamiento se convierte en una evidencia brutal de que el rey va desnudo. Prometió orden, control territorial y mano firme, pero si los cárteles siguen operando con impunidad y la gente sigue sintiéndose igual o más insegura, el golpe será doble: a su credibilidad y a su viabilidad política futura.
Ambición con pies de barro
A nadie escapa que Carlos Manzo ya está operando con miras a la gubernatura. El tono, la frecuencia de sus mensajes, el crecimiento de sus redes y sus ataques a políticos y periodistas críticos no son los de un alcalde en funciones, sino los de un candidato en campaña. Pero su posible candidatura puede convertirse en un balazo en la pata si no consigue que su narrativa se respalde con evidencia de mejora en seguridad.
Y en política, cuando prometes guerra y no entregas paz, terminas siendo parte del problema, no de la solución.
El riesgo de la militarización sin institucionalidad
El “sheriff” de Uruapan ha tomado decisiones que rayan en la extralimitación de funciones: bonos a policías por detenciones, patrullajes armados sin protocolos claros, discursos que alientan el uso letal de la fuerza sin garantías jurídicas. Lo que hoy le genera aplausos en Facebook, mañana puede derivar en denuncias por abuso de autoridad o violaciones a derechos humanos.
Más grave aún: esta militarización personalista está ocurriendo sin fortalecer las instituciones locales, sin una política de seguridad con enfoque integral, sin inversión en prevención ni justicia. Es decir, una receta perfecta para el desgaste, el descontrol… y el colapso.
Conclusión: ¿efecto Manzo o efecto Boomerang?
El “efecto Manzo” es, hoy por hoy, un fenómeno mediático que ha logrado posicionarlo como una figura fuerte en un estado golpeado por la violencia. Pero si no transforma el espectáculo en resultados, si no reduce de manera tangible los niveles delictivos y no profesionaliza su estrategia, corre el riesgo de que todo su capital político se le reviente en las manos.
Y entonces, el sheriff que se vendía como el salvador de Michoacán, podría terminar como una anécdota más del populismo bravucón que grita mucho, pero resuelve poco.
Porque en política, y más en seguridad, la valentía sin estrategia no solo no alcanza… también puede costarte el futuro.