

En Almoloya de Juárez el pasado insiste en regresar como una pésima secuela de película de bajo presupuesto. Y el protagonista, cómo no, es Óscar Sánchez, aquel ex presidente municipal que dejó más dudas que obras y que ahora pretende volver a escena como si los ciudadanos sufrieran de amnesia colectiva.
Porque sí, en el currículum del “nuevo” Óscar Sánchez no aparecen grandes logros, pero sí señalamientos de mal funcionario y hasta un proceso como presunto deudor alimentario. Vaya carta de presentación: ni como funcionario ni como padre se salva, según dicen los vecinos de Almoloya de Juárez. Y aún así, tiene el descaro de reaparecer creyendo que con música, caballos y dinero en efectivo puede volver a comprar legitimidad.
Mientras unos creen que gobernar es organizar jaripeos y posar con sombrero, en la realidad Adolfo Solís Gómez, “El Chiquillo”, se dedica a lo que de verdad importa: pavimentar calles, mejorar la movilidad, coordinar acciones y llevar apoyos a las comunidades. Así de simple.
El contraste es grotesco: de un lado, el político reciclado que llega con el mismo estilo de siempre —espectáculo, soberbia y cinismo—; del otro, un alcalde que, aunque no perfecto, gobierna con hechos. Uno quiere revivir del show y el otro trabaja en el territorio.
La gran pregunta es: ¿quién en su sano juicio querría volver al circo de Óscar Sánchez? Solo alguien con nostalgia por la corrupción y el despilfarro. Porque seamos claros: apostar por el regreso de ese pasado sería como elegir al ladrón que ya te vació la casa para que ahora te cuide las llaves.
Almoloya de Juárez merece futuro, no bufones de la política. Merece gobierno, no espectáculos de tercera. Y merece, sobre todo, que quienes ya demostraron su incapacidad aprendan a vivir con algo de dignidad… lejos del poder.
Porque si algo nos enseñan figuras como Óscar Sánchez es que, en la política local, siempre hay quienes confunden el ridículo con el carisma.