CARLOS IRIARTE EN BOSTON ¿PREMIO O RIFA DEL TIGRE?

Carlos Iriarte Mercado, exdirigente estatal del PRI en el Estado de México, aparece para cónsul de México en Boston, y como era de esperarse, el avispero político se agitó al instante.

Las redes sociales ardieron, las sobremesas se animaron y los militantes de Morena —especialmente los que llevan años esperando “su oportunidad”— pusieron el grito en el cielo. ¿Cómo es posible que un priísta llegue a la 4T?, se preguntan.

El enojo de los militantes de Morena tiene una raíz evidente: muchos de ellos siguen convencidos de que los cargos públicos son propiedad exclusiva del movimiento, como si estuviéramos ante un “MORENA para los morenistas”, versión 4T de “América para los americanos”. Esta visión tribal de la política, donde todo se mide en cercanía o lejanía con el régimen, impide ver algo más profundo (y quizá incómodo): que la administración pública se ha vuelto una tómbola donde importa más la disponibilidad que la ideología. Hoy es priísta, mañana morenista… y pasado mañana, quién sabe, porque hay “políticos profesionales”.

Pero hay otra lectura, menos pasional y más pragmática: Iriarte no fue premiado, fue sorteado. Y no precisamente en una rifa de lujo, sino en una que implicaba, como dicen en el barrio, “rifársela”. Porque ser cónsul en Boston, hoy por hoy, no tiene nada de glamoroso. Con la comunidad migrante bajo asedio, discursos racistas desde sectores del poder estadounidense, redadas, criminalización de los migrantes y un clima político adverso, esa sede diplomática no es un paraíso fiscal ni el Vaticano; es más bien un campo minado. Es casi como aceptar ir de embajador a Irán, Ucrania o, si me apuran, a la Argentina en crisis de Milei.

Entonces, ¿quién en su sano juicio pediría ese encargo si no está desesperado por empleo? Esa es la segunda visión del caso: la del desempleado político profesional que, ante la falta de opciones, acepta lo que haya, aunque eso implique tragarse antorchas, domar leones o cambiarse la camiseta sin chistar. Porque seamos honestos: hoy en día, el mercado de trabajo para políticos en retiro es más complicado que conseguir una visa para Gaza.

Lo cierto es que este nombramiento ha servido para exhibir las hipocresías compartidas. Los morenistas critican la llegada de un priísta, mientras los priístas celebran discretamente que uno de los suyos haya “caído parado”. Y todo esto en un entorno donde los “valores” y “principios” ideológicos se usan más como adornos retóricos que como brújula real de acción.

En resumen: pareciera que Carlos Iriarte no fue premiado, le tocó la rifa del tigre. Y mientras unos lo envidian, otros respiran aliviados de que no les tocó a ellos. Al final, este episodio nos recuerda que en la política mexicana los colores son lavables y que los puestos, lejos de ser espacios para transformar, son muchas veces refugios temporales para sobrevivir.

Y sí, el escándalo seguirá unos días, hasta que otro nombramiento, igual de incómodo, igual de contradictorio, nos dé de qué hablar. Porque en la 4T —como en la vida— nada se desperdicia todo se recicla. Hasta los priístas, entran al juego.

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