
En los últimos días hemos preguntado qué nos importa y si eso es suficiente. Hoy toca dar un paso más: cómo convertir lo que nos importa en lo que nos mueve.
Porque quedarse en la reflexión es cómodo, incluso elegante. Pero el país y el mundo no cambian con buenas intenciones ni con frases compartidas en redes sociales. Cambian cuando alguien decide pasar de la queja a la acción, de la indignación al compromiso, de la comodidad a la incomodidad de hacer lo correcto.
En México hay ejemplos claros. Si nos importa la corrupción, el primer acto de coherencia es dejar de practicarla en lo cotidiano: no pagar mordidas, no justificar trampas, no normalizar la ventaja indebida.
Si nos importa la violencia, no basta con exigir seguridad: se necesita reconstruir la confianza en la comunidad, denunciar, acompañar, no vivir en la lógica de “sálvese quien pueda”.
Si nos importa la educación, no alcanza con exigir mejores escuelas: toca involucrarse, exigir rendición de cuentas y, sobre todo, valorar el conocimiento en lugar de despreciarlo.
El mundo también demanda coherencia. No podemos indignarnos por el cambio climático y al mismo tiempo vivir como si el planeta fuera desechable. No podemos exigir derechos humanos mientras consumimos productos hechos con explotación. No podemos defender la democracia solo el día de la elección y después cruzarnos de brazos.
La verdadera transformación empieza cuando lo que nos importa se vuelve acción, disciplina y sacrificio. Cuando dejamos de buscar excusas y empezamos a asumir responsabilidades.
Quizá ha llegado la hora de dejar de preguntarnos qué nos importa y empezar a preguntarnos: ¿qué estoy dispuesto a hacer, hoy, por lo que digo que me importa?