
Por Efren San Juan VI
El reciente ejercicio de elección judicial, realizado por primera vez en nuestro país, no puede ser evaluado con las herramientas tradicionales de la política. Aquí, el dato duro —cuántos fueron a votar— no explica el fondo del acontecimiento. Lo verdaderamente trascendente no fue la cantidad, sino la calidad del acto ciudadano.
A diferencia de una elección partidista donde, en menos de un minuto, la mayoría de las personas tacha el logotipo de su partido o el nombre del candidato de su preferencia, dobla la boleta y la deposita en la urna sin mayor reflexión, esta vez la experiencia fue radicalmente distinta. Quienes decidieron participar en la elección de jueces, magistrados y ministros lo hicieron de forma consciente, paciente y comprometida.
No se trataba simplemente de marcar una casilla. En esta ocasión, el ciudadano común se enfrentó a boletas con decenas de nombres, cargos específicos y hasta información sobre qué instancia o quién propuso a cada aspirante. Hubo quien se sentó con detenimiento, analizó cada perfil, previamente buscó referencias, preguntó, dialogó con otros votantes y luego, con calma, seleccionó cuidadosamente los números correspondientes.
En muchos casos, este ejercicio individual de participación tomó entre 15 y 20 minutos. Eso, por sí solo, es un hecho inédito en nuestra cultura democrática.
No estamos frente a un experimento fallido ni a una elección vacía. Estamos ante una señal poderosa: hay un sector de la población —tal vez pequeño aún, pero en crecimiento— que está dispuesto a ejercer su ciudadanía con responsabilidad, a informarse, a participar de forma crítica y no sólo reactiva.
En el Estado de México, donde por décadas los poderes se habían ejercido de espaldas al pueblo, esta elección representa una grieta en el muro del formalismo y la simulación. Es el inicio de algo más profundo: una cultura democrática que no se limita a contar votos, sino que promueve decisiones razonadas, activas y libres.
Claro que el proceso es perfectible. Claro que habrá que mejorar los mecanismos, simplificar el lenguaje, ampliar la difusión. Pero lo que sucedió en esta jornada ya dejó una enseñanza: elegir jueces no es un acto menor. Al contrario, es una responsabilidad mayor. Y quienes participaron lo entendieron así.
En 2027, cuando llegue el momento de realizar esta elección de manera oficial, México estará mejor preparado si seguimos promoviendo este tipo de ejercicios. Porque más importante que la cantidad de votos es la calidad de los votantes. Y hoy, por primera vez en mucho tiempo, un grupo de ciudadanos se tomó en serio esa tarea.
No marcaron una casilla a la ligera con un tache. Se sentaron, leyeron, pensaron… y decidieron. Eso también es transformación. Y es una de las más urgentes que necesita nuestra democracia.