
Lo que comenzó como una manifestación legítima de inconformidad en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) ha mutado —y no para bien. El llamado “enjambre estudiantil”, que al principio tenía la simpatía y respaldo de una comunidad universitaria harta de imposiciones, corrupción y manejos oscuros del exrector Carlos Eduardo Barrera, hoy se ha transformado en otra cosa: un aparato sin cabeza, sin causa, pero con mucha furia y aún más desvergüenza.
Sí, en su versión inicial, este movimiento denunciaba con fundamentos la designación opaca de una aspirante a la rectoría. Levantaban la voz por derechos universitarios y reclamaban transparencia. Pero como suele pasar cuando no hay brújula ni liderazgo auténtico, el enjambre fue infiltrado, parasitado y utilizado por intereses ajenos a la vida académica. Hoy ya no se defienden derechos, se impone el caos. Ya no se busca el diálogo, se opta por el amedrentamiento. Ya no hay estudiantes con pancartas, hay encapuchados con actitudes violentas y, en algunos casos, armados.
El colmo llegó hace unos días, cuando ese mismo enjambre organizó una gran fiesta en Ciudad Universitaria, con abundante “chupe” y ambiente de antro, mientras otras facultades seguían en paro. ¿Revolución con brindis? ¿Lucha estudiantil con vacaciones incluidas? Porque sí, mientras algunos se iban de descanso, otros seguían en resistencia, lo que encendió la molestia de muchos jóvenes que sinceramente creían en una causa justa. Hoy, varios de esos estudiantes ya no quieren “jalar” con el enjambre porque se sienten traicionados por un movimiento que se convirtió en burla.
Y peor aún, hay quienes desde sus frustraciones personales echan gasolina al fuego. Porque sí, Laura Benhumea, al parecer más interesada en cobrar revancha por no haber alcanzado la rectoría que en resolver la crisis, ahora respalda a ese enjambre degenerado, ese que ya no representa a nadie salvo a sí mismo. Lo anima, lo alimenta, lo celebra. La vieja fórmula: si no goberné, que arda todo.
La comunidad UAEMéx —la real, la que va a clases, investiga, enseña y construye— no quiere este espectáculo decadente. No quiere barricadas, amenazas, ni violencia en sus facultades. No quiere discursos inflamados que sólo buscan colapsar cualquier intento de conciliación. Quiere solución, clases y una rectoría que trabaje, no una guerrilla universitaria de tragos, descanso y destrucción.
¿Será mucho pedir que quienes dicen luchar por la universidad la dejen en paz? Porque hasta ahora, el enjambre que decía representar dignidad, se ha quedado sin causa, sin moral y sin vergüenza. Y eso, más que triste, es peligrosamente patético.