
Este domingo 17 de agosto no fue un día cualquiera para Morena. La maquinaria del partido en el poder arrancó dos campañas paralelas que, vistas en conjunto, delinean su estrategia para prolongar su permanencia en la cima política del país.
La primera es la más evidente: la instalación de los comités de base en cada sección electoral del Estado de México y del país. Con ello, Morena comienza a convertirse, quizá por primera vez, en un partido con verdadera estructura territorial. Ya no se trata solamente de la ola que llevó a Andrés Manuel López Obrador al poder, ni de la inercia del descontento ciudadano contra los gobiernos pasados, sino de una organización política que busca institucionalizarse, echar raíces y garantizar que su influencia se prolongue más allá de una coyuntura electoral. Este paso coloca a Morena en el camino de los partidos que aspiran a durar décadas, con presencia real en colonias, barrios y comunidades, donde se define la política de fondo.
La segunda campaña es menos explícita pero igual de poderosa: el reconocimiento político de López Obrador como líder moral del movimiento. No es casualidad que, de manera coordinada, cada funcionario, alcalde, legislador y militante asumiera desde este lunes la tarea de difundir los logros del expresidente: la reducción de la pobreza, la expansión de programas sociales y el discurso de haber beneficiado a millones de familias. Morena no solo instala comités, instala memoria, narrativa y culto político en cada rincón.
Ambas campañas se retroalimentan. Los comités no son únicamente instrumentos de organización electoral; son también bocinas comunitarias para repetir el mensaje de que la Cuarta Transformación nació con López Obrador y que el pueblo está en deuda con él. Así, Morena no solo busca votos futuros, sino blindar su legitimidad en el presente mediante la exaltación del pasado inmediato.
Lo interesante es que esta estrategia no deja espacio para medias tintas: o se es parte del movimiento y se reconoce a AMLO como el referente indispensable, o se queda uno fuera de la narrativa dominante.
Para Morena, Claudia Sheinbaum gobierna, Delfina Gómez organiza, LuzMa Hernández articula, pero López Obrador sigue siendo el símbolo.
El inicio de estas dos campañas simultáneas marca un parteaguas. Morena se blinda hacia adelante como estructura y hacia atrás como memoria. Con ello, el partido no solo busca ganar elecciones, sino ocupar la mente y el corazón de millones de mexicanos bajo la premisa de que la 4T no comenzó en 2018 ni terminará en 2030, sino que se trata de un proyecto histórico que apenas comienza.
La pregunta, sin embargo, sigue abierta: ¿será Morena capaz de evolucionar de un movimiento carismático hacia un partido con institucionalidad duradera, sin perderse en la nostalgia de su líder fundador? El tiempo, y las urnas, darán la respuesta.
Mientras tanto, la oposición sigue durmiendo en la calle, sin la mínima idea de qué hacer frente a los dos golpes que Morena le acaba de acomodar.